No me gusta entrar en un ascensor con un desconocido, no me gustan los pantys y no me gusta llevar vestidos de cremallera para ir a trabajar, prefiero los trajes de chaqueta, pero ese día rompí dos de esas premisas.
Nos deslizamos en el ascensor, mi descuidada mirada se estremeció al sumergirse en el particular mar de tus sentidos, y ante mi propio desconcierto me olvidé de mí primera regla. Había roto con la tercera y mi exclusivo vestido, lucía en su espalda una traviesa y seductora cremallera. Así que fiel en ese día solo a las medias suaves y sensuales que cubrían mi piel, dejé que el resto formara parte de otra mujer, mi otra yo.
Te reconocí al instante, y mientras recuperabas el aliento perdido al recordarme, un flash recorrió mi memoria, y se detuvo unos meses atrás cuando nos alejamos sin casi, poseernos pesé a la mutua atracción. Aquel traslado inoportuno rompió la posibilidad de nuevos encuentros. Lara... me nombraste con la voz de tu piel en un silencioso grito, Rogert, acaricié sin palabras tu nombre, con esos labios que deseaban hablar desde tu boca.
No fue hasta al cabo de unos minutos, ensimismados en el placer que nunca fue, que nos percatamos que el ascensor se hallaba detenido entre dos pisos, la alarma no funcionó, el móvil sin cobertura y el edificio aún dormido. Leíste el pánico en mi mirada y olvidaste el olvido pasándome tu brazo por la cintura en un abrazo tranquilizador. Ese abrazo actuó como detonador y en un efecto domino, nuestro deseo fue recorriendo como un cálido escalofrío todo mi ser y ya no pudo parar, como una sepsis de amor, tus labios empezaron a acariciar mis besos, o fueron mis besos los que buscaron tu piel, o mis manos quienes besaron todo tu mundo con sus caricias, haciéndolo suyo, haciéndome tuya.
Y como un guerrero con deseo de victoria de un reino de sensaciones, de placer, del otro, al igual que en las guerras los combatientes se inundan de ceguera y locura, la una y la otra se apoderaron de nuestro universo de pasión y ensordecimos por nuestros gemidos. Las únicas que permanecieron intactas fueron las medias, benditas medias, imagen sensual de mis secretos que finalmente fueron retiradas como botín, como bandera, como recuerdo que guardaste entre tus manos, como para atrapar el tiempo. Ya no nos importaba que las puertas del ascensor no se volvieran a abrir nunca más, era tal la intensidad del momento, que toda nuestra vida, nuestro mundo, se condensaron en ese instante, en el que el tiempo perdió su razón de ser.
Fuera, los bomberos cómplices silenciosos, aguardaron a que cesaran los latidos, los suspiros y recomponiendo su voz alguien desde fuera dijo, tranquilos, en unos minutos abrimos, y abrieron y nuestras puertas no se volvieron a cerrar.
Brisa Urbana